Un potente terremoto de magnitud 8,8 ha sacudido este miércoles la península de Kamchatka, en el extremo oriental de Rusia, sobre las 11.25 (hora local), y ha generado una amplia cadena de alertas de tsunami a lo largo del Pacífico, desde Japón, Taiwán y Nueva Zelanda, hasta territorios estadounidenses como Alaska y Hawái, o países sudamericanos como Chile. La sacudida ha sido la más fuerte en la región desde 1952, según la Academia de Ciencias de Rusia, que ha establecido el epicentro a unos 126 kilómetros al sureste de la ciudad de Petropavlovsk-Kamchatski y a una profundidad de 19,3 kilómetros bajo el lecho marino.
El Centro de Alerta de Tsunamis del Pacífico advirtió de olas de entre uno y tres metros por encima del nivel de la marea en varias zonas costeras de Rusia, Japón, Hawái, Chile, Ecuador y las Islas Salomón. En Rusia, las autoridades han informado de varios heridos y daños materiales, entre ellos una guardería. “El terremoto de hoy fue grave y el más fuerte en décadas”, afirmó el gobernador de Kamchatka, Vladímir Solodov, en un video difundido en Telegram.
Pese a su gran magnitud, el terremoto apenas se sintió en Japón, la nación más cercana al epicentro. Allí solo ha alcanzado el nivel dos en la escala sísmica nipona, de siete niveles, que mide la intensidad del temblor en la superficie y su potencial destructivo. Sin embargo, el país del sol naciente ha activado de inmediato su sistema de emergencia y enviado órdenes de evacuación para más de 1,9 millones de residentes de 21 prefecturas. En varias localidades del noreste nipón se han registrado ya olas de más de medio metro, y la Agencia Meteorológica nacional ha advertido de que podrían alcanzar los tres metros a lo largo de la jornada. China, Filipinas, Indonesia y Taiwán también han emitido alertas por tsunami y los servicios de emergencia están monitoreando la situación.
El peligro de un tsunami no depende únicamente de la altura de las olas, sino de la energía con la que impactan y el tiempo durante el que lo hacen. Este tipo de fenómenos puede provocar corrientes intensas, retiradas anómalas o súbitas del mar y oleajes repetidos durante varias horas capaces de arrastrar embarcaciones o personas, y especialmente peligrosos en puertos y desembocaduras de ríos.






